“Yo soy yo y vos sos vos.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y
vos no estás en este mundo para cumplir las mías.
Vos sos vos y yo soy yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
y coincidimos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a mí mismo
cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a vos
cuando intento que seas como yo quiero
en vez de aceptarte como realmente sos.
Vos sos vos y yo soy yo”
Estas afirmaciones, conocidas como “la oración gestáltica”, fueron escritas en 1969 por Fritz Perls, médico neuropsiquiatra alemán, fundador de la Terapia Gestalt y una de las grandes corrientes en Psicología.
A esta oración -y a la propia Gestalt- se les ha criticado a veces su excesivo énfasis en el individuo (o en el individualismo). Pero ubiquemos el contexto: Perls vivió en carne propia los horrores de la Primera Guerra Mundial cuando se desempeñó como médico en el campo de batalla. Años después, debido a su origen judío, sufrió las terribles consecuencias del pensamiento totalitario que llevó a Adolf Hitler al poder. Tuvo que huir de Alemania en 1933: junto a Laura, su mujer, se estableció en Johannesburgo, Sudáfrica. Más tarde se mudaría a Nueva York y finalmente a California, para asociarse con el famoso Instituto Esalen y difundir sus ideas como una forma de vida, más que como una terapia.
La plegaria de Perls es un himno a la libertad, una invitación a no sucumbir a las exigencias de otros: pareja, familia, amigos, la sociedad, el entorno… A ser fieles a nosotros mismos, aunque eso nos haga impopulares, mal vistos. Pero ojo, también significa aplicar este mantra en relación a los demás: ¿por qué deberían cambiar?
Por eso es que terapeutas de todas las orientaciones hemos recurrido alguna vez a esta sabia enseñanza para recordarle a alguien -o acaso a nosotros mismos- que gran parte del sufrimiento radica en no aceptar a las personas como son, en pretender que sean distintas.
Negar la realidad… ¿no es un disparate? Y sin embargo ¡con cuánta frecuencia lo hacemos! ¡Cuánto afán y energía ponemos en batallas perdidas! Nos volvemos esclavos cuando nuestra paz, nuestra alegría, nuestra vida a fin de cuentas, están supeditadas a los cambios que esperamos que hagan otros: en su personalidad, en sus sentimientos, en sus actitudes, en sus conductas. ¿Y si probamos la aceptación, la bienvenida a lo que es, las elecciones realistas? Para colmo la esperanza tiene buena prensa.
A la luz de estas reflexiones, quizás la ominosa frase que el Dante imaginó inscripta en las puertas del infierno: Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate -“Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis”- no sea tan mala idea, después de todo.